domingo, 5 de abril de 2015

La bestia de Andromeda

Gamal me contó todo lo que podía acerca del lugar donde estábamos.
Comenzo por indicarme de la naturaleza benévola de sus gentes, con las cuales era mejor no intimar demasiado por miedo a levanta sospechas. Un dato curioso es que no existía una luna como en la tierra razón por la cual Gamal asumía que el comportamiento de las gentes del lugar era proclive a la paz. Ciertamente no podría asegurar tal cosa; pues el lugar no estaba excento de peligros.
debíamos cuidarnos en primer lugar de la orden Carmesí. Eran algo así como un grupo de fanáticos de la pureza de la nación a quienes se les encargaba de amonestar y disciplinar de cualquier modo posible cualquier agente externo que perturbara el orden establecido. Dicho de otro modo: nosotros.
Pero el peligro más amenazador lo representaba la bestia de Andrómeda. Era una criatura que rondaba ciertas horas de penumbra sin un horario fijo. Poseía un olor característico que irritaba los ojos cuanto mas cerca estaba. Este olor era su única advertencia  a los incautos que tenían la desdicha de toparse con tal engendro.
No pocas veces me vi rodeado de ese aroma que me aterraba mientras corría a buscar un lugar seguro. Por las mañanas solían encontrarse restos de cuerpos desmembrados  esparcidos por toda la zona. Nunca se ha logrado recobrar un solo cuerpo entero. Nadie sabe si esas muertes obedecen a  al apetito de la bestia o solo un ritual de muerte por  territorio. Lo que si es seguro es que quienes lo han visto aseguran no ser la misma persona desde entonces.
Piel escamosa, dos metros de alto, bipedo, protuberancias nasales alargadas, colmillos y garras y un apetito hematofogo insaciable.

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